jueves, 8 de enero de 2009

Umbral se fue con Cela

El libro del que reproduzco las portadas de dos ediciones diferentes, se abre con una cita celiana: "La memoria, esa fuente del dolor". Y continúa rindiendo tributo a un amigo y protector, o cuando menos impulsor de su propia carrera literaria. Cuando Cela conoció a Umbral, de inmediato le ofreció la dirección de una revista y la publicación de tres libros. El gran Camilo sabía reconocer el talento al primer vistazo.
Cuenta Paco que con Camilo se aprendía a vivir porque "era un genio del escribir viviendo y del vivir escribiendo". Nos habla de su "dandismo anglosajón", su vocación de "andariego rural y tragaldabas de mesón" y el "costumbrismo acre venido de la picaresca" que ejercita. El único resabio que suena como traición ocurre cuando Umbral, siempre tan atento a los réditos monetarios de su escritura como profesión, asegura que Cela tenía un don natural para conseguir dinero con lo que escribía. Según él, fue Juan March quien le financió la revista mallorquina "Papeles de Son Armadans", el mismo multimillonario que sufragó los gastos de la avioneta Dragón Rapide que condujo a Franco desde Las Palmas de Gran Canaria hasta Tetuán para fraguar la rebelión militar de 1936.
CJC siempre confesó que su maestro era Baroja y Umbral cree que el vasco era un contador de historias e ideas, pero el gallego de anécdotas y frases, con lo cual rebaja al discípulo frente a su mentor. Valora el riesgo experimentalista que asume Cela en todos los libros que publica, ese afán por no repetirse o, como le criticaba Miguel Delibes, "lo que pasaba es que escribía cada capítulo sin leerse el anterior".
Al contrario que a César González-Ruano, no se le daba bien escribir artículos para el periódico. Y al afirmar esto se nota la pretensión umbraliana de colocarse por encima del premio Nobel español. Cela era tan costumbrista, a juzgar por sus detractores, que Ortega y Gasset llegó a definirlo como un "cazador de iberismos". Y sí, era cierto que manejaba un rico vocabulario preñado de palabras en desuso. Camilo José Cela hizo célebre el apotegma de "quien resiste, gana", y es fama que durante toda su vida se armó de paciencia para lograr los objetivos que se vieron empañados al final con una acusación de plagio por la novela "La cruz de San Andrés" con la que ganó un Planeta previamente pactado, como todos. La realidad es que salió indemne del juicio porque una historia puede copiarse, pero desarrollarla es otra cosa, y para eso hace falta el talento que del que carecía la demandante.
Pérez de Ayala dijo que "una novela de Baroja era como un tranvía donde los personajes suben y bajan pero no se sabe a dónde van". Y en este criterio se nota la filiación barojiana de Cela porque obras suyas como La colmena siguen un patrón parecido. Precisamente tramas era lo que no tenían las novelas celianas, porque Cela empezó como poeta con el libro Pisando la dudosa luz del día (tomado de un verso de Góngora) y fue el resto de su vida un brillante prosista más que un contador de historias. "A Cela nunca le costó escribir. Lo que le costaba era montar un argumento", nos recuerda Umbral (algo que ya sabíamos de sobra).
Un paralelismo certero nos lo da cuando equipara la piratería inglesa con la de Cela por sus ancestros maternos y, sobre todo, cuando resalta que era practicada al mismo tiempo que el gusto por el protocolo estricto. Es una puñalada que Umbral poco después cauteriza diciendo que prefiere a "un escritor con pasión por las palabras, que son vida y sensibilidad, que un novelista con pasión por las pasiones, que siempre son vulgares y zoológicas". Pero como Umbral es incorregible, no tarda en volver al ataque asegurando que Cela no escribió las memorias de su vida adulta para no tener que "contarse como soldado de Franco o como afín a los triunfadores de la posguerra". Opina que Cela jugó a no tratar de política y a no ser de derechas ni izquierdas para sobrenadar en el proceloso mar de las reputaciones intachables. Como censor franquista parece ser que nunca llegó a denunciar a nadie, y en cuanto a fascista, sabida es su buena relación con el estado israelí, lo que contradice la adscripción totalitarista que le adjudican. Vamos, que como buen gallego jugó siempre a no dar a entender si estaba subiendo o bajando una escalera.
Umbral, que fue amigo suyo desde 1965 hasta el año de su muerte, se atreve a llamarlo "niño mimado" y "señorito con vocación de malo y atroz". Ruano llegó a criticarle porque no amaba a sus personajes y la prueba irrefutable era que se le morían enseguida. Cela era un hombre de odios sostenidos porque al periodista que publicó esta opinión lo odió de manera ininterrumpida.
Coincido con Umbral en que el Viaje a la Alcarria es una maravilla de libro. La relación con Marina Castaño la entiende Umbral como la venganza de un hombre contra la esposa anciana que pudo haberlo humillado incluso con un amante por la época en que vivían en Mallorca.
Durante los últimos años Cela se volvió más sombrío, como si pensara demasiado en la muerte, y se le veía pálido, serio y enjuto. Esto le preocupaba a Umbral como amigo, si es que a Umbral le ha preocupado otra cosa en su vida que él mismo. Lo que Umbral da la impresión de no poderle perdonar a Cela es que quisiera ganarlo todo, como él mismo hacía, y que le hubiera superado con la consecución del Nobel, que el narcisista vallisoletano nunca logró. Para llamar a Cela gandul alude al hecho de que le diera demasiadas vueltas a la publicación de la novela Mazurca para dos muertos. Y para abundar más en la vagancia supuesta de Don Camilo, dice que como no tenía una personalidad histérica ni arrebatada, era un buen dormilón. También cuenta que Cela prefería relacionarse con gente rica que con escritores, porque sólo tenían hambre. Sí, Cela poseía el don de encontrar las fuentes del dinero hasta el punto de que llegó a disponer de un helicóptero para ir a dar conferencias que por el mismo motivo no iban a ser gratis ni mucho menos. Para halagarse a sí mismo, Umbral pontifica sin sonrojo que "Camilo José vive la sensación literaria de que se prolonga un poco en mí. Es la influencia inversa del discípulo en el maestro". Pues mira qué bien. Según Umbral es el padre quien hereda del hijo. El mundo al revés o la chulería grotesca del caballerito de Valladolid. Para aminorar esta fanfarronería tratará de resaltar el desmedido orgullo celiano que no permite el elogio de ningún escritor en su presencia si exceptuamos a don Francisco de Quevedo y Villegas. Luego traza un boquejo de las principales ideas que defendió Cela en sus libros, entre ellas la de no dar un paso en falso que nos aleje de la meta propuesta, la constancia como fiel aliado de la voluntad o el desprecio del mundo y el compadecimiento del hombre. Después matiza su estilo como el de un autor al que le salen mejor los caminos que las grandes ciudades y al que la música no le interesa porque no pierde el tiempo con abstracciones. La dureza del alma gallega de Cela le lleva a no sentir piedad por nada ni por nadie. Un hombre que se creía más lector que todos los demás escritores por haberse leído la colección de clásicos del Padre Rivadeneyra.
Ya muy avanzado este ensayo nos enteramos de una de las dolencias físicas que aquejaron a ese gran caminante que fue Cela: la artrosis en las rodillas que apenas le permitía andar. Su duro carácter le hizo ponerse en pie, seguir caminando y no dejarse abatir sobre una silla de ruedas. Menos mal que en un moemnto dado Umbral se rinde y dice que "la obra de Cela es vasta y justificada".
Nietszche fue el filósofo que más le influyó. Se nota en su "misoginia (la mujer para ser tenida o poseída, pero no amada), el dominio de los mejores, la calidad por encima de la caridad, la soledad alpina, el desprecio irónico del humilde, la devoción por los triunfadores". Aunque su tierra natal fuera Galicia y en ella ambientara su novela sobre la guerra civil Mazurca para dos muertos, fue siempre un escritor que se propuso hacerlo sobre España. E concreto, se luce por "sus sabidurías táctiles: nombres de pueblos, palabras perdidas y encontradas, nombre de todas las piezas que componen un carro, nombre propio de los pájaros y nombre común de los obispos". Por eso tratan de burlarse de él llamándolo "casticista" sus enemigos. Un motivo más para que Cela tuviese bastante de misántropo y demostrase ser "más noble con las cosas que con los hombres". Para terminar el libro, Umbral se pone poético y recita de su propia cosecha. He aquí unos versos:

Cómo crece el silencio a cada paso
cuando su muerte es ya definitiva,
las palabras sin nido de árbol viejo
habitan la distancia entre los vivos.

(...)

Los párvulos de España le recitan.

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