lunes, 5 de enero de 2009

Un libro nutritivo



Eduardo Punset (Barcelona, 1936) se ha convertido en un divulgador científico de primer orden. En este libro insoslayable nos descubre la existencia de las "neuronas espejo". Ocurre que las neuronas activadas cuando poseemos algo son las mismas que se ponen en funcionamiento cuando lo observamos. Por tanto, he aprendido que para el cerebro puede ser tan gratificante contemplar algo como poseerlo. Esto explica que me haga tan feliz ver modelos de automóviles que no tendré nunca. De hecho, cuando adquieres un vehículo, vas dentro conduciéndolo sin poder contemplarlo. Me encanta la estética de todas las variantes del Seat Ibiza que han existido, o la de todos los Alfa Romeo en líneas generales. Me siento dichoso cada vez que veo un coche apetecible, aunque no lo vaya a tener. Antes pensaba que la razón se debía a que no soy inclinado a la envidia. Ahora veo que hay detrás un motivo neurológico, o si se quiere, bioquímico.
En otra parte del libro leo que hablando la gente no se entiende, sino que más bien se confunde. Y esto es así porque, según Chris Knight, antropólogo de la University of East London, en una conversación "las palabras sólo transmiten el 7% del mensaje; el tono de voz, entre el 20 y el 30%, y el resto del cuerpo, especialmente el rostro, entre el 60 y el 80%. La conclusión final es que el 93% de un mensaje se transmite mediante comunicación no verbal".
En otros apartados vemos la importancia de esas centrales energéticas celulares que llamamos mitocondrias, su papel en el envejecimiento y su origen lejano; la ventaja de la belleza en quienes la poseen para afrontar el trayecto de la vida; las limitaciones de nuestro sistema inmunológico para defendernos de enfermedades traspasados los 30 años (los que vivían de promedio los hombres en la prehistoria); la paradoja de que el oxígeno, tan necesario para vivir, sea el mismo elemento químico que nos oxida y mata; lo triste de saber que una hormona del amor, la feniletilamina, cuya función es cimentar los lazos afectivos, sólo podemos segregarla durante tres años, pasados los cuales "tenemos que enamorarnos de nuevo, ya sea de la misma persona o de otra distinta". Para aquellos que creen demasiado en la influencia del medio ambiente donde alguien se cría, no estaría nada mal aprender que "basta cambiar un aminoácido en una proteína para que se modifique la conducta de un sujeto: de social a solitaria o viceversa".
Eduardo Punset nos enseña que la felicidad se puede definir como ausencia de miedo, la belleza como ausencia de dolor, y "el amor, lejos de ser un acto de entrega y generosidad hacia otra persona, es el símbolo de la voluntad de supervivencia, del instinto por sobrevivir". Hay mucho conocimiento en este libro. Por ejemplo, Punset subraya que las tasas de suicidio son elevadas en las sociedades opulentas, al revés que en el Paleolítico, cuando quitarse la vida carecía de sentido porque las amenazas para morir por cualquier causa eran múltiples y variadas. También nos advierte que las frustraciones de una sociedad consumista como la nuestra vienen producidas en gran parte por no saber esperar y abrigar demasiadas expectativas.
Como dirían los neurocientíficos: "la ciencia no lo es todo, pero todo es ciencia." Y este libro no es la biblia sagrada de la antigüedad, pero podría tomarse como parte de una biblia actualizada o, por lo menos, como una tentativa para tomarle el pulso a lo que la ciencia ha llegado a saber sobre nosotros.

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