jueves, 5 de febrero de 2009

Un ensayo candente

Es curioso ver cómo la definición de terrorismo puede ser diferente según el país que la formule. Mientras que para Estados Unidos es "una amenaza o uso calculado de la violencia con el propósito de inculcar miedo y así coaccionar o intimidar a los gobiernos o a la sociedad", para Gran Breataña se trata de "un modo de utilizar gravemente la violencia, o amenazar con recurrir a ella, contra cualquier persona o propiedad con el propósito de avanzar en la consecución de unos objetivos políticos, religiosos o ideológicos". No digamos nada de la divergencia existente entre quienes ven a los terroristas como mártires, héroes o libertadores, y quienes los juzgan como asesinos despiadados o delincuentes mafiosos.
"El terror es, sencillamente, una táctica, un método de violencia aleatoria" según el politólogo Sunil Khilnani. Y el terrorismo ha sido llevado a cabo de varias formas, como los bombardeos aliados sobre la población civil de Hamburgo y Dresde al final de la II Guerra Mundial. Claro que como los aliados salieron vencedores, para ellos no hubo juicios de Nuremberg para saldar cuentas con sus crímenes de guerra. ("Vae victis!", "¡Ay de los vencidos!"). Algo parecido ocurre hoy con los prisioneros de Guantánamo que viven en una situación de limbo penal sin derechos ni justicia.

Centro de detenciones de Guantánamo, (2002 - ¿ ?)

El autor de este ensayo, Charles Townshend, se apresura a distinguir dos conceptos que se contaminan el uno al otro. Considera que la guerra se caracteriza por la definición de Carl von Clausewitz: en ella "colisionan dos fuerzas activas y no se produce la acción de una fuerza activa sobre una masa inerte" como ocurre con el terrorismo. En la guerra hay combate entre dos ejércitos que chocan. En las acciones terroristas la parte beligerante abusa de la indefensa o inocente. Es una gran diferencia que nos impide ver al terrorismo como la guerra de los pobres y a la guerra como el terrorismo de los ricos y poderosos, aunque a veces lo parezca.

Madrid, 11 de marzo de 2004

Las organizaciones terroristas buscan dos objetivos primordiales. Primero: captar la atención por medio de la conmoción, convertirse en punto de mira a través del horror. Segundo: transmitir el mensaje de las reivindicaciones o los objetivos por los que se recurre a la violencia.

New York, 11 de septiembre de 2001

Asimismo, existen dos variedades básicas: el terror de coacción, que es el utilizado por los clanes de la mafia para operar sin ser descubiertos; y el terror de agitación, que persigue alterar el estatus político vigente, como es el caso del IRA o la ETA. Éste último tipo requiere "fanáticos, soñadores, gente muy ideologizada". "Un terrorista no sopesa simplemente los riesgos y las posibilidades de éxito (...) sino que añade a la ecuación el valor de una causa por la que lucha".



Otro aspecto interesante de este libro viene a aclararnos que el terrorismo de Estado ha producido muchas más víctimas que los atentados de los grupos activistas. En el Cono Sur americano, las dos dictaduras que padecieron Chile y Argentina arrojaron un saldo de 30.000 ciudadanos desaparecidos, muchos torturados y otros lanzados al mar desde aviones. Si se comparan estas cifras con las producidas por los montoneros, por ejemplo, se constata que las de estos últimos son menores. Curiosamente, una potencia como la estadounidense puede calificar de terroristas a unos individuos como los integrantes de las brigadas de Al Aqsa, pero a su vez recibir el calificativo de ser "el mayor terrorista mundial" por parte de la misma organización a la que acusa.


La dinamita fue un gran invento para los terroristas de principios del siglo pasado. Casi un siglo después lo fue el "Semex", una sustancia apodada "mármol blanco", fácil de manipular, producir y transportar. Hoy el temor al terrorismo químico o bacteriológico se amplía con las posibilidades que pueden ofrecer las microbombas atómicas con capacidad de destrucción masiva. Para evitarlo es necesario vigilar los almacenes de plutonio (Pu-239) y uranio enriquecido 235, pero no siempre es posible ni será seguro. Los terroristas que atacaron con gas sarín el 20 de marzo de 1995 el metro de Tokio tenían reservas de dicha sustancia para matar a 4 millones de personas.

Metro de Tokio, 20 de marzo de 1995

El fundamentalismo religioso es otro motor potente con su combustible de odio para aventar terrores. Si el 11 de septiembre de 2001 se llevó a cabo el mayor acto terrorista de la Historia por parte de algunos integristas islámicos, hasta ese momento el triste récord por número de muertos lo tenía el radicalismo cristiano, pues uno de sus fanáticos, Timothy McVeigh, fue quien colocó una bomba en el Edificio Federal de Oklahoma causando 168 muertos y más de 500 heridos el 19 de abril de 1995.

Edificio Federal de Oklahoma, 19 de abril de 1995

Posteriores atentados como el de la tranquila e hinduista isla de Bali parecen inclinar la balanza de la devastación hacia el lado islamista, pero esto no queda así como así resuelto si se tienen en cuenta las matanzas del ejército israelí sobre Sabra y Chatila o, más recientemente, sobre civiles, y entre ellos más de trescientos niños en Gaza durante las navidades del año 2008. Israel sabe que la debilidad de las medidas contraterroristas (contra Hamás en este caso) radica en que su naturaleza suele ser defensiva y por eso pasa al ataque, caiga quien caiga y muera quien muera. En el resto de países democráticos lo paradójico es que no son los atentados terroristas los que están restringiendo las libertades civiles, sino las medidas estatales para contrarrestarlos. De resultas el liberalismo, el pensamiento liberal, es lo que se ve atacado y no las democracias, que siguen tan campantes con los gobiernos maquiavelizando a sus anchas.

Gaza, diciembre de 2008

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