lunes, 23 de marzo de 2009

Un intelectual genuino


El prestigio de Claudio Magris se sustenta en un gran libro, El Danubio, un recorrido geográfico e histórico por el transcurso del río más importante de Europa. Al igual que muchas veces nos preguntamos por lo que dirían las piedras si hablaran, el escritor italiano le dio voz al agua que fluye por su cauce hacia el Mar Negro. En este otro trabajo suyo se recopilan varias colaboraciones periodísticas que aparecieron principalmente en el rotativo milanés "Corriere della Sera" durante el último año del siglo XX y los primeros del XXI. Básicamente nuestro autor constata que vivimos en la época que Dostoievski vaticinó como aquélla insufrible en la que "todo está permitido". Y es que Magris no cree en la equivalencia de las posturas políticas, morales o ideológicas, pues entre ellas existe no sólo una jerarquía, sino que unas son abominables (por ejemplo, el nazismo que produjo los campos de exterminio) y otras elogiables (como la democracia, pese a sus imperfecciones, contra las que hay que luchar con espíritu tolerante y diálogo, pero también con capacidad de sacrificio).

El río Danubio bajo el puente de las cadenas en Budapest

"Nuestros años podrían tal vez ser definidos (...) como la era de lo facultativo. (...) Cada uno toma de un estante o del otro los artículos que le parece, dos paquetes de cristianismo, tres de budismo zen, doscientos gramos de ultraliberalismo, un terrón de socialismo, y los mezcla a su gusto en un cóctel privado de su invención". "Muchos de los que se ríen de la religión creen con simplonería en las supersticiones más irracionales". "En esta sociedad la tolerancia se distorsiona hasta dar en algo que se le parece mucho pero que en realidad es su contrario: la indiferencia". "No hay que confundir el respeto al delincuente con una vaga disposición a respetar su delito". Lamentablemente, Magris observa que "en el diálogo se convence sólo a quien ya está convencido" por lo que "la razón (...), como decían los ilustrados, es una tenue luz en la noche". "La cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada dominante, en la medida en que está caracterizada por un narcisismo petulante, (vive) ansiosa por revestirse de una aureola ideológica y por declamar nobles batallas". El caso es que para nuestro pensador hemos vivido (y yo creo que aún seguimos viviendo) en un "clima a menudo cazurro y bobalicón". Basta con someterse al torpedeo de los medios informativos para captarlo, especialmente cuando en los programas deportivos se engrandece a nivel de hazaña heroica lo que no es más que un mero resultado transitorio.

Castillo de Schoenbuehel sobre el Danubio a su paso por Wachau en Austria

Magris opina que hemos pasado de la intolerancia clerical de pasados siglos a "la intolerancia y el engreimineto laicista" de ahora. Encima, advierte el peligro que conlleva el "revisionismo histórico instrumentalizado" como en España, digo yo, practican los socialistas sobre la Guerra Civil una y otra vez y siempre arrimando el ascua a su sardina. Denuncia que "quien no tolera junto a él la presencia de un ser humano de otra religión, o que no profesa ninguna, es un racista intolerante". De vez en cuando borda su discurso con diagnósticos tan acertados como irreverentes: "(...) En los años setenta una pseudocultura (...) exaltaba las incorrecciones gramaticales y las visceralidades, creyéndose de izquierdas y preparando en realidad el camino a la actual brutalidad anarcoliberalista que ensalza la desigualdad; no es casualidad que muchos ex-descuartizadores de libros ("fetiches de la cultura burguesa", se decía entonces) sean hoy unos auténticos giliyuppies".


Claudio Magris me parece admirable por cómo piensa porque busca el equilibrio de la sensatez: "Debilitar la ley (...) sólo significa dejar a los débiles a merced de los fuertes, allanar el camino a la violencia y a la injusticia, abandonar la realidad al arbitrio del más poderoso". Para colmo, leyéndolo se produce una total empatía porque argumenta lo que defiende y su fin último siempre es el bien: "En el universo no hay nada absoluto; para la naturaleza Auschwitz no es más grave que la extinción de los dinosaurios. Pero para nosotros, sí". Dan ganas de aplaudirle al ir pasando las páginas. "Hoy día asistimos a un eclipse de la ética de la responsabilidad". Cuán cierto es esto en gran parte de la juventud actual que hace dejación de la voluntad de aprender en pos de una comodidad confortable en la que la culpa del desinterés no se asume, sino que se desvía la atención culpabilizando a los profesores porque no los motivan.

Teatro romano de Trieste, ciudad donde también vivió James Joyce

Encantador rincón de la costa triestina

Magris sentencia de un modo grave: "Vivimos en una época admirable bajo muchos puntos de vista, pero de enorme e incontrastada mentira, de irresistible alteración y cancelación de la verdad", parapetándose tras una cita de Nietzsche: "Los hechos no existen, sólo sus interpretaciones", con la cual alude a la manipulación constante de las noticias en los medios de comunicación. "Tanto la religión como la ciencia sufren ahora la agresión de la indecente y ramplona orgía irracionalista, con toda su morralla de horóscopos, parapsicología, astrología, ocultismo, espiritismo y demás majaderías". En efecto, cada día vemos en el televisor o en la misma calle ejemplos de esta degradación cultural, de este retroceso a la barbarie que suponen las patrañas de las supercherías. A este respecto se incluye en el libro una magnífica anécdota. Cuentan que el papa Sixto V (1521-1590) acudió a una iglesia donde la gente decía que el crucifijo sudaba sangre. Tomó la imagen profanada por la idolatría y la levantó diciendo: "Como Cristo te adoro", para acto seguido estrellarla contra el suelo gritando: "Y como madera te rompo", viéndose entonces que dentro ocultaba una esponja empapada en sangre.



Claudio Magris es un intelectual como hay que serlo: honesto e incansable. Qué maravilloso resulta cuando escribe: "(...) Luchamos contra la guerra, a sabiendas de que siempre habrá guerras; contra las enfermedades, a sabiendas de que sucumbiremos a ellas de todas formas; contra la injusticia, a sabiendas de que no la podremos extirpar, pero no por ello es vano curar a un enfermo, impedir matanzas, paliar las miserias y las desigualdades". O esto otro: "Ninguna educación musical, por refinada que sea, transformará en Mozart a un niño que no tenga el ADN de Mozart. (...) Lo que la educación, la familia, la historia o la política pueden hacer es tal vez sólo como el agua con la que se riega una flor. Esa agua no transforma a una margarita en una orquídea, pero sin ella la margarita se moriría". No puedo evitar creer que acierta de nuevo cuando afirma: "No hay mucho que esperar de un mundo en el que el horóscopo tiende a sustituir tanto al Evangelio como a las leyes de la Física". "La escuela (...) se convierte con frecuencia en una coartada para la ignorancia, la pereza y el engreimiento". "Es ridículo creer (...) que la ignorancia de las nociones, los datos o las realidades concretas es ya de por sí una garantía de apertura mental y fervor espiritual". "La borrachera antinocionística (...) ha hecho daño a la escuela fomentando la desidia, la arrogancia ideológica y las mezquinas cerrazones". "Quien ostenta, con aires de superioridad, su ignorancia de las cosas (...) es casi siempre un corazón árido y obtuso, incapaz de sentir interés por el mundo y por los demás". Hoy mucha gente desconoce incluso que a la Virgen María no se la debe adorar igual que a Dios y viven en pecado, sin saberlo, y seguramente sin importarle ni un ardite. Hasta tal extremo llega la ignorancia que muchos se enorgullecen de exhibir lo que ignoran en lugar de mostrarse humildes y tratar de formarse. Un proverbio judío asevera que "todo puede ser destruido de la noche a la mañana", y es cierto. Hoy se ve por todas partes que el sufrimiento de millones de personas sacrificadas en las dos Guerras Mundiales del siglo pasado parecen no preocupar a nadie ni significar nada. "Las grandes religiones (...) exhortan a estar siempre ojo avizor, o sea, a desconfiar sin tregua", todo lo contrario de la publicidad televisiva que de continuo nos está diciendo que vivimos en el mejor y más moderno de los mundos posibles, especialmente si compramos lo que tratan de vendernos o nos hipnotizamos con lo que quieren conseguir que pensemos. "El Mal (...) ejerce a menudo una ramplona seducción, (...) pero en realidad es mucho más banal y retórico que el Bien, que es en cambio más difícil y aventurero, más complejo y libre de prejuicios, y requiere valentía, fantasía, originalidad". Magris dixit. Audiemus.

Claudio Magris (Trieste, Italia, 10 de abril de 1939)

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