domingo, 8 de marzo de 2009

Un modesto tributo a Teror


Éste fue mi segundo libro y con él pretendí rendirle un homenaje al pueblo del que procedía toda mi familia y en el que viví gran parte de la infancia que siempre se supone feliz. Lo publiqué en 1993 y luego vivió una reimpresión en 1999.
André Gide llegó a escribir que con buenos sentimientos no se puede hacer buena literatura, o que no bastan para hacerla. Bueno, tal vez éste poemario minúsculo de 73 páginas le dé la razón al sodomita parisino. Creo que hay más en él de sentimiento previo a la escritura que logros poéticos propiamente dichos. Siempre me ha parecido lo que hago muy prosaico, y en realidad considero haber sido un cronista versificador y no un poeta. Lo que pasa es que me gusta la condensación, la síntesis, decir en pocas palabras lo más posible, y para eso me parecieron útiles los versos como molde expresivo.
El poema que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo quizá sea el que dediqué a la memoria de un indigente que deambulaba por los arrabales del pueblo recogiendo cachivaches en una carretilla adornada con un falso techo y timbres de bicicleta, seguido por una corte de perros abandonados que él prefería al trato humano:


EL MENDIGO DE PAN Y VINO

Marcelino iba arrastrando sus cacharros y el esqueleto
recogiendo trebejos con su carretilla de la basura.
La boca desdentada, negras las encías y el habla muda,
paseaba por los barrios con la estela fugaz de un esperpento.

Era la rechifla de los niños y tenía todo el aspecto
del desheredado que se enfrenta solo a una vida abrupta;
la mirada dócil, de haber atisbado todas las grutas,
y los oídos sordos a la falta del cariño y el respeto.

Mostraba un sempiterno rictus facial, confiado y extemporáneo,
con la sonrisa lastimosa de insinuar haber aprendido
todos los zarandeos que nos puede dar la vida con los años.

Aún lo recuerdo harapiento y desharrapado por los caminos
con un canino séquito de vagabundos abandonados...
Nos dejó en nuestra riqueza y de su miseria nunca supimos.

Torre del campanario del templo terorense

Curiosamente, el soneto que quizá refleje mejor mis sentimientos de aquel entonces hacia Teror estén en el anterior libro, el primero que escribí. No me resisto a dejar constancia de él en este blog que pretende ser a la vez personal y literario:


Plaza adoquinada frente a la fachada de la iglesia con sus balcones coloniales típicos


DEDICADO A TEROR

Un sinuoso trazado expresionista alemán
diseña la irregular pendiente de adoquines
que fluye hasta la basílica y contradice
el alma de Sión que te da la voz popular.

"Del puente a la alameda" musita el cantar
y tal parece que Chabuca Granda en ti se
inspirara, tras un paseo en el parque de Sintes
o tras una jarana en la plaza del Palmar.

De todas formas, déjame que cuente limeña,
ahora que aún es posible perdurar los recuerdos,
las correrías por la feudal Osorio de otrora,

ahora que aún se mecen en la gloria que sueña
por mi nostalgia los parajes y vericuetos
de noches de ronda bajo el balcón de Zamora.

María Isabel Granda y Larco, "Chabuca Granda", compositora y cantante sudamericana inolvidable, autora de las canciones "Fina estampa" y "La flor de la canela", nacida en Cotabambas, Perú, en 1920, y fallecida en Miami, Estados Unidos, en 1983, a la edad de sesenta y tres años

Chabuca Granda cantando con el corazón en la mano

El tiempo ha cambiado mi percepción de un pueblo que ha visto aumentar la población, multiplicar las casas y transformarse en una zona urbana que apenas rememora la villa rural que fue. Todo esto ha venido acompañado de un deterioro social alarmente que antes estaba latente o no existía. Si a eso le añadimos que dentro de poco una nueva carretera acortará el trayecto desde Las Palmas a partir de Tamaraceite, es posible que la esencia campesina de Teror haya muerto para siempre, como tanta gente anónima que veía pasear por sus calles y cuyos rostros han ido desfilando hacia la noche de la muerte de una forma humilde, silenciosa, como si no hubieran querido molestar a nadie.

Linterna de la nívea cúpula rematada por una cruz esmeralda, con ventanas al estilo románico, y gárgola demoníaca para evacuar el agua del tejado, expulsar los espíritus malignos y espantar a los pecadores

Óleo de Luis Grimón Aguilar basado en una fotografía realizada en 1890

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