martes, 5 de mayo de 2009

A Javier Ortiz le pidieron un reportaje del cielo


El 28 de abril con 61 años se marchó el periodista Javier Ortiz dejando una nota necrológica escrita por él mismo que rebosa ironía, inteligencia, bondad y humor, las cualidades que derrochaba con toda su energía.
Leí su columna en el diario "EL MUNDO" durante varios años, lo que hizo que me familiarizara con él antes de conocerlo. El encuentro tuvo lugar a su paso fugaz por Las Palmas de Gran Canaria cuando vino para dar una conferencia sobre la vida, la obra y el contexto sociopolítico y sentimental de lo que significó John Lennon mientras un grupo tocaba temas de los Beatles en las interrupciones.
Al terminar la disertación me acerqué a él para que me firmara uno o dos libros, cosa que hizo gustosamente y sorprendido de que alguien le tomara en cuenta como escritor en aquella ocasión y en aquel sitio. Me había educado en los usos y maneras de la corrupción socialista leyendo su diccionario del felipismo. Vagamente recuerdo haber sonreído mucho con otro ensayo suyo sobre la pesada carga del matrimonio. Como era un libro de bolsillo, a saber dónde estará ahora entre todos los volúmenes de mi biblioteca. Le pasa como a él, que a saber por qué vericuetos celestiales andará ahora.


Una vez supe que el diario "EL MUNDO" iba a crear una edición para Canarias y llamé a la redacción central de Madrid porque tenía interés en escribir artículos de opinión por ese entonces. Me salió la voz de una señorita, y sería de carne y hueso, pero su tono delataba la actitud de una voz pregrabada. Me contestó: "Póngase en contacto con Javier Ortiz". Entonces yo no sabía nada de su biografía tan accidentada (había estado varias veces entre rejas por su militancia comunista y su republicanismo clandestino), así que me imaginé a un pez gordo capitalista, pues había sido uno de los cofundadores del periódico. Ahora que evoco aquella llamada en un locutorio telefónico, el nombre me suena como si quedara aislado en el silencio y flotara en mitad de una cabina oscura. Pero el Javier Ortiz que vislumbré en un solo encuentro no era así. Era de los de mi cuerda: inclinado a comer, fumar, beber y volver a repetir otra vez. Estaba muy grueso, pero al modo alegre y feliz de quien de la vida sabe apreciar las mejores cosas. Recuerdo que se refería a mí como el "canario" mientras estuve en su mesa, y no sé si lo hacía como un entomólogo dirigiéndose a un insecto. No tuve esa sensación de aires de superioridad con él. Al contrario, destilaba cariño, ternura y un punto de desamparo cuando me hablaba.
Iba muy bien pertrechado de compañía femenina. Dos o tres mujeres espectaculares que le escuchaban y conversaban muy próximas, pero de las que desconocía su grado de parentesco o los de temperatura que pudieran unirles. Si las primeras impresiones no engañan, aquel era un hombre básicamente bueno. Tuviera o no su lado oculto, allí se veía alguien que quería imbricarse con la gente, una persona bondadosa cuya ideología de izquierdas se trocaba en camaradería pura. Me comentó algo de volver a vernos si regresaba por Canarias, pero no nos conocíamos ni teníamos confianza hasta tal punto, por lo que no mantuvimos contacto desde entonces. La barrera en este caso no era sólo el desconocimiento mutuo, sino la diferencia jerárquica. Su inteligencia era muy superior a la mía. Notaba que podía apabullarme. Había vivido y bebido de las fuentes de la información mucho más que yo. Era una fuente inagotable de conocimientos. Un estilista de la opinión, un Richelieu sobreinformado. Y tan inteligente como un Fouché de la prensa escrita.


Ahora me siento huérfano de un maestro desaparecido. Sé que se muere muchas veces antes de morir, porque de hecho últimamente estaba escribiendo para otro medio, un periódico llamado "PÚBLICO" que nunca he leído, salvo un vistazo en internet con ocasión de su muerte. Hasta tal punto me he desconectado del periodismo. Me siento culpable por no haberle seguido la pista desde que en octubre del año 2007 abandonó "EL MUNDO". También veo lo irreparable que resulta no haberle pedido el teléfono o llamarle de cualquier forma, pero me sentía como si fuera muy grande al lado mío y fuera a despreciarme de un momento a otro, cosa que nunca hizo. Mi divorcio con el teléfono y mi usual baja autoestima (normalmente igual a cero), hicieron el resto, a lo que podría añadir el continuo descuido en el que vivo o mi falta de inteligencia social que pago cayéndole mal a casi todo el mundo. Como me sé antipático, procuro rehuir a la gente de la que, por otra parte, desconfío.
En fin, no se hable más. Deseo a este hombre, que padeció cárcel por sus ideas republicanas y aperturistas, un plácido descanso. Y en lugar de escribir, espero que esté protagonizando una crónica de cómo disfrutan y se lo montan los dioses en el Olimpo. Sobre todo, al lado de su amigo Dionisos.

PENSAMIENTOS SUYOS

La unidad de medida del ajuste duro es el centenar de despidos.

Con la "ley de la patada en la puerta" o "Ley Corcuera" fue un partido
de derechas, el PP, el que tuvo que dar lecciones de defensa
de las libertades a un partido nominalmente de izquierdas, el PSOE.

Cuando en 1978 Felipe González propuso en un congreso del PSOE
abandonar el marxismo, difícilmente podía desprenderse
de algo de lo que carecía.

Con el AVE algunas empresas extranjeras y varios aprovechados
españoles se hicieron de oro a alta velocidad.

Una peculiaridad de la Banca española es que, cuando gana dinero,
gana dinero ella; pero cuando lo pierde, lo perdemos todos.

Los felipistas pensaban que tener como único oponente a un partido
dirigido por gentes como Fraga era un certificado de perpetuación.

La principal habilidad de Josep Borrell era
parecer rigurosísimo y eficacísimo sin serlo.

Un viejo anarquista escribió: "¡Ninguna cadena, salvo la del retrete!"

Los socialistas descubrieron el cambio lampedusiano: estaban
dispuestos a cambiarlo todo para que todo siguiera igual.

Según los felipistas, los que criticábamos al PSOE
nos dedicábamos al catastrofismo.



Un joven es un espécimen humano que aún no ha alcanzado la edad
en que ya puede accederse a la categoría de parado de larga duración.


Los socialistas, cuando oyen hablar de cultura, echan mano a la chequera.

Hace falta tener la cara de cemento armado para poner tanto énfasis en la "españolidad" de Gibraltar, como si a uno le fuera la vida en ello, cuando están vendiendo el resto del territorio al mejor postor. En algunas urbanizaciones de la Costa del Sol hay más británicos que en Gibraltar. Allí los únicos españoles que tienen derecho a entrar son los criados, los jardineros y los recadistas del supermercado, y el idoma oficial es el inglés.

Cada cultura acepta sus drogas con la misma naturalidad que persigue las ajenas, como puede comprobar cualquiera que decida pasearse con una botella de whisky por las calles de Trípoli o poner un fumadero de opio en Madrid.

Allí donde hay unanimidad, hay vasallaje. Y donde hay vasallaje, hay salarios.

"EL PAÍS" se subtitula "diario independiente de la mañana", lo que es muy correcto, porque no depende de la mañana. Cuando Felipe González llegó al gobierno, se puso a su disposición.

El neoliberalismo es la ley de la selva aplicada al terreno de la economía.

Al informador no hay que pedirle objetividad, porque eso no existe. Lo que cabe exigirle es lucidez y honestidad.

Si el paraíso fuera real, tendría mosquitos.

Javier Ortiz

(San Sebastián, 24 de enero de 1948 - Madrid, 28 de abril de 2009)

1 comentario:

  1. Leanse estas frases:
    "La unidad de medida del ajuste duro es el centenar de despidos."
    "Una peculiaridad de la Banca española es que, cuando gana dinero,
    gana dinero ella; pero cuando lo pierde, lo perdemos todos."
    "El neoliberalismo es la ley de la selva aplicada al terreno de la economía."

    Increible, este hombre era un visionario: neoliberalismo mas crisis bancaria ergo paro a granel.
    Que manera mas clara de describir donde estamos ahora. Touche.

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