viernes, 4 de septiembre de 2009

El látigo del diablo y brazo armado del Papa


CÉSAR BORGIA
(Roma, 1475 - Viana, 1507)
Óleo de Altobello Melone
(Cremona, 1490 - 1547)

CESARE BORGIA DI CATTANEI,
DUQUE DE VALENTINOIS

Hijo ilegítimo de Vanozza y Rodrigo cuando aún era cardenal,
pasé por ser sobrino del Papa siendo su retoño natural.
Domingo Rignano se prestó a reconocerme la paternidad
con el objetivo de elevarme Alejandro Sexto a lo más alto
de la curia eclesial. Arranqué como diácono de Játiva,
luego canónigo de la iglesia valenciana, preboste de Alba,
tesorero episcopal de Mallorca, prebendario de Lérida,
archidiácono de Tarragona, y a la edad de los quince años
obispo de la capital de Navarra, Pamplona,
para dos años más tarde ser el arzobispo de Valencia.

El nepotismo paterno, que me encumbraba,
trató de arrebatarme la gloria de los ejércitos,
elevando a mi hermano don Juan al ducado de Gandía.
Él, un insolente e incapaz que presumía de ser más hombre
por arrebatarme una amante, Sancha de Aragón,
y por ser el brazo armado del Santo Padre,
descendiente doscientos catorce de Pedro,
el pescador de las almas de los hombres.

No necesité del diplomático Maquiavelo
para aprender que el respeto
solamente se logra con el temor.
Al contrario, fue él quien de mí se inspiró.
Frecuenté los burdeles de la Ripa
y el Trastévere, pues para mí el amor
es un embeleco para los adonis.
No sentí más aprecio por una gran dama
que por las meretrices de los lupanares sórdidos,
pues son iguales en la cama.

Me atribuyeron, desde muy pronto,
taimada capacidad para el disimulo,
sobre todo quienes piensan que ordené
asesinar a Juan, mi hermano mayor,
para arrojarlo al Tíber.
Pero yo no soy de ésos que airean sus asuntos.
Mi hermana Lucrecia puede dar testimonio
de que en su lecho sólo el padre, y yo mismo,
podíamos cohabitar sin que de ello hubiéramos presumido.
Sus dos primeros maridos, Juan Sforza y Alfonso de Aragón,
no eran cosa digna de consideración para nuestra codicia.
Que desaparecieran de modo siniestro
es un asunto entre Michelotto y yo.
Estrangulamiento, veneno,
¿qué impresiona esto a un niño
que vio por las calzadas de Roma
enfrentarse a los bandidos durante la noche,
escuchó los gemidos de estupros,
los ruidos de sables, los pasos que huyen
después de haber robado en conventos y palacios?


Nicolás Maquiavelo
(Florencia, 1469 - 1527)
Un hombre inteligente que arrostró una vida llena de peligros

Retrato pintado por Santi di Tito

(Borgo Sansepolcro, 1536 - Florencia, 1603)


Cantárida y arsénico debieran figurar
en lugar del toro en nuestro escudo.
Nada me preocupan los lises de Francia,
no me asusta el dogo Barbarigo
de Venecia, ni el milanesino Ludovico el Moro.
Nunca me hizo temblar Ferrandino de Nápoles,
ni los Médici o Savonarola florentinos.
No temo ni al demonio, pues blasfemo y sacrílego
fui con la tonsura en la cabeza. Conocer de cerca a los ricos,
viniendo de orígenes siniestros y espurios como los míos,
te hace ver la realidad de las crueles ambiciones del mundo.
Luché contra todos los grandes señores de Italia,
tanto me dio que se llamaran Orsini o Sforza,
y si alguno fue mi aliado, me odiaba en el fondo.

Leonardo da Vinci y Vitellozzo Vitelli
pusieron en mis manos su genio
para engrasar la maquinaria bélica.
Durante un tiempo fui tan invencible como intratable.
Cada noche en mi cama gocé una concubina distinta,
lo que me hizo contraer el mal francés de los napolitanos.
Se desfiguró mi cara, sufrí dolores indescriptibles,
pero seguí acometiendo con furia y propagando
la enfermedad de mi apetito por toda ciudad conquistada.

Una mujer, Carlota de Aragón, rehusó desposarse conmigo
porque su padre Federico me llamó bastardo del Papa,
considerándome para ella poco.
Me vengué de ambos buscando mejor partido,
y lo hallé en Carlota de Albret, emparentada por su madre,
Francisca de la Bretaña, con el rey francés Luis XII.
A la impetuosa y valiente Catalina Sforza
la domeñé en dos campos de batalla,
recluyéndola en mi cámara nupcial para mi placer absoluto.
Rendí su castillo de Forli y su orgullo de amazona.
Después la desprecié como a todas las demás,
aunque justo es reconocer que fue un buen escudero
en la guerra y una zorra insaciable en mi alcoba.
Saqueé, puse sitio, di a mis tropas el mandato del pillaje,
y violaron, degollaron, persiguieron a todo ser vivo en ciudades
como Capua. De allí respeté a cuarenta cautivas
por su hermosura para llevármelas a Roma.
Ordené liquidar a los hermanos Manfredi de Faenza
para acabar con su línea dinástica.

No hay que dubitar o tener reparos:
los escrúpulos son simples debilidades.
Traicioné a Guidobaldo de Montefeltre, un noble imbécil.
Le pedí soldados para anexionar Camerino,
pero lo que hice fue debilitar su ducado para apoderármelo.
Así fue cómo destruí la dinastía de los Varano.
Alcancé la cumbre extasiante del poder entonces,
mientras aún me respaldaba el Papa Alejandro,
el “Execrable”, según enemigos nuestros.
Mandé cortar en dos al teniente general Ramiro de Lorca,
hombre bruto a mi percepción, porque había dejado de serme útil
y comenzaba a hacerme sombra.

No hay pecado que yo no haya cometido,
no hay maldad en que no incurriera,
trampa que no pusiese en práctica
o felonía que no me diera por hacer.
Soy el único, el grande, el hijo malevolente
del diabólico Papa Borgia, su más refinada elaboración o excremento.
Recuerdo cuando a mi padre le solicitó una mujer
la liberación del cardenal Juan Bautista.
Su madre ofreció por el rescate una perla
largo tiempo deseada por Alejandro, pero nada más consiguió
que perder la piedra preciosa sin obtener recompensa.

Me río de las apetencias de la chusma exaltada.
Ya sean lacayos o no, todos han venido al mundo para servirnos,
pues mi padre sólo sirve a Dios. Rumorean que la cantarella
destinada al cardenal veneciano Michiel fue por error
la causa de las fiebres que mataron al Papa.
Murmuran. También creen que pudo ser la malaria
o la peste negra bubónica que cada cierto tiempo infesta Roma.
Algunos hasta sospechan que envenené a mi progenitor.

Los dejaré a todos en la incertidumbre.
Seguiré reinando en el misterio de la intriga,
como corresponde a un Borgia astuto.
Y a quienes repudian mi doctrina les he legado
un valeroso final como modelo concluso.
Me batí contra don Luis García de Agredo y Pedro de Allo,
los dos lanceros del conde Beaumont,
allá al fondo de una garganta en el condado de Viana.
Fue una noche de truenos y relámpagos
como tantas en que yo, como un rayo,
había sido azote de Lucifer el íncubo.
Tenía treinta y dos años,pero la tiña venérea
me había hecho aborrecer vivir.

Me expuse a recibir veintitrés cortes a golpes de venablo,
y tal como me lo propuse, lo conseguí.
Al fin pude descansar en tierra española, mis restos descendieron
a una fosa navarra. Los colocaron junto al altar mayor
de la iglesia de Viana. Hasta dos monumentos consecutivos
se erigieron en mi memoria. Y es que jamás olvidarán
los seres humanos que yo soy la síntesis de ellos.



RODRIGO DE BORJA
(Játiva, 1431 - Roma, 1503)
PAPA ALEJANDRO VI

(1492 - 1503)

El patriarca de los Borgia

2 comentarios:

  1. Magnifico su texto nuevamente, y genial la frase con la que lo ha cerrado.
    Cesar Borgia es uno de los personajes historicos que mas me apasionan, todo un misterio a desentrañar en muchos aspectos. Ha dejado tras de si tantas sombras...

    Feliz fin de semana, monsieur

    Bisous

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  2. Todo un personaje de los que nos dejan la historia para que nos entretengamos intentando entenderla.

    Seres humanos, con todo lo que implica.


    John W.

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