martes, 12 de enero de 2010

La mujer que bailaba como una ninfa dionisíaca



ISADORA DUNCAN GRAY

Dijeron de mí que era poseída por un narcisismo paranoico,
comparándome con la endiosada Sarah Bernhardt. Piensan que logré
la admiración del público imbécil por mis raras extravagancias.



Dionisos apoyado sobre un niño que encarna el vino
Copia romana del siglo II d C basada en un original griego del siglo II a C
(Museo Arqueológico de Alicante)


Gorki mismo escribió que le parecí un burro pastando forraje,
pero yo busqué el ideal platónico de la belleza en hombres
hermosos y jóvenes. Sólo me permití un idilio con un viejo
porque gracias a su dinero conocí las tumbas y templos egipcios.
Como Lucrecio, nunca creí en Dios, pienso que sólo hay naturaleza.




Quienes me tomaron por frívola se olvidan de que entre mis brazos
arrullé a mi tercer vástago, quien al nacer acabó de morir
por falta de oxígeno en sus pulmones constrictos. Lo concebí
libremente con un desconocido en un atardecer desangrado
sobre la arena de la playa de Viareggio. Quería recuperar
a mis otros dos retoños, Deirdre y Patrick, ahogados en el Sena.



Sentí que no podría volver a bailar, que sólo sería un clown
a los ojos de la gente, pero la lucha contra la esclavitud
de los oprimidos levantó mi ánimo. Combatí la servidumbre
que las clases dominantes pretendían imponerme. Recogí niñas
humildes para instruirlas en mi escuela de danza y pasear
la conjunción del cuerpo a través de la música por todo el mundo.




Un terremoto destruyó el San Francisco de mi niñez el dieciocho
de abril de mil novecientos seis. Intenté recuperar los impulsos
infantiles allí, y no pude siquiera moverme sin preguntar
a cada instante dónde estaban las calles por las que me paseé sola.


Ciudad de San Francisco con el puente Golden Gate en primer plano


Detesté el jazz americano y amé el tango. En Nueva York
lo bailé con toda la lascivia que degenera y fui golpeada
por mi amante, Paris Singer, en un arrebato de celos. Le tiré
el collar de gemas que me regaló a la cabeza y sentí cómo,
a pesar de mi borrachera, se rompía contra el suelo de mármol.


Ménade danzando
(Siglo III a. C.)
Estatua de terracota hallada en la colonia griega de Tarento (sur de Italia)
(Metropolitan Museum of Art in New York)


Para mí no existe el amor: todo son deseos, pasiones más o menos
duraderas. Singer, el genio inventor de las máquinas de coser,
jamás lo entendió en mí ni en el arte. Me llamó la puta del burdel
cuando intimaba desnuda entre las caricias de Henry Bataille.



Amé mucho: deseé. Cuando era joven, sobre todo al talento
de artistas como Gordon Craig o André Beauvier. Rechacé al senecto
sátiro de Rodin y a una bailarina obsesionada por mí:
Nursey o Safo la llamaban. Fui feliz pasajeramente —¿de qué
otro modo se puede ser feliz?— al lado de varones exquisitos
y homosexuales, como el archiduque Ferdinando de Habsburgo.



Francisco Fernando de Habsburgo
(Graz, 1863 - Sarajevo, 1914)


Mi convicción populista me hizo adentrarme en la revolución
bolchevique de octubre. Actué en Orenburg, Samarcanda y Tachkent.
Hice una cura de reposo en Abbazia junto al mar Adriático.
Me obsesioné perdidamente con un perturbado que terminó
ahorcándose, Sergei Esenin. Con él conocí la humillación
de los maltratos continuados. Las vejaciones, los golpes, las patadas,
los puñetazos. Vivía a mi costa, me hurtaba dinero. Hasta
llegó a maquillarse con mis propias pinturas, quién sabe si las noches
en que se escapaba quería transformarse en una mujer bonita.


Isadora Duncan y su marido, el poeta ruso Sergei Esenin


En Kopamos, una extensión de la llanura griega, quise erigirle
un altar a la diosa de la cultura y la sabiduría: Atenea.
Un sueño que no pude ver materializado por las postergaciones
de la plebe campesina. Y es que la verdadera revolución
reside en el corazón de las almas, y la sentimos si bailamos
con las manos puestas sobre el tórax, en la cintura, o agitándolas
al compás de las pulsaciones instintivas de nuestras voces internas.



Conseguí amar la valía y la belleza en un joven pianista:
Víctor Serov. Llegué a pagar los servicios de apuestos marineros
en los bajos fondos de ciudades portuarias como Marsella o Niza.


Promenade des Anglais
(Niza)

Y me fui feliz, sumamente contenta, creyendo huir hacia la gloria
de un nuevo orgasmo cuando mi chal rojo se enredó en la llanta
trasera de un veloz Bugatti conducido por otro Apolo
de pupilas azuladas como el mar del Paseo de los Ingleses.


Isadora Angela Duncan Gray
(San Francisco, 1878 - Niza, 1927)

1 comentario:

  1. toda mulher esconde dentro de si uma ninfa... só precisa ser descoberta...

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