lunes, 14 de febrero de 2011

Sobre las guerras del amor y su astucia escondida



LOS MALES DE UN TAXISTA

No llegaba a los cuarenta años. Había nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en el seno de una familia humilde y trabajadora. Poco a poco, a base de mucho trabajo y tesón, se había abierto un hueco en la profesión que le gustaba desde pequeño, aun sabiendo que iba a ser duro eso de echarle horas a la carretera, sentado al volante de un coche dando pata por todas las calles de la ciudad. Así había logrado la licencia de taxista y pudo hacerse con el alquiler de una parada. Desde que consiguió los primeros ahorrillos, los invirtió en un modesto piso en la periferia de la ciudad. Dio la entrada y selló una hipoteca a quince años con su entidad bancaria.



Ya tenía los treinta cumplidos cuando dejó la casa de sus padres y se fue a vivir solo a su nueva vivienda, aunque era raro el día en que no iba a comer a casa de la viejita. Las cosas le iban bien, nada fuera de lo común, pero sí para ir tirando con un ligero desahogo. Un día conoció a una joven que había llegado a la isla en busca de nuevos y mejores horizontes. Era natural de un país de Latinoamérica. Iban congeniando cada vez más a medida que pasaban las jornadas. Y se enamoró de ella perdidamente. Llegado el momento, acuerdan irse a vivir juntos a la casa de él. Todo marchaba sobre ruedas. Tanto, que deciden ser padres. Y ella se queda embarazada.



A los pocos meses de gestación, la mujer mandó llamar a su madre para que le ayudara. Dio a luz y la felicidad era incontenible. Acuerdan casarse por lo civil. Y ella se trae de su país al resto de la familia, padre y hermanos, "para asistir a la boda", pero todos acaban quedándose en la isla y conviviendo en el mismo hogar de la pareja. Al poco tiempo, la joven esposa y madre presenta una demanda (basada en la ficción, al decir de todos sus amigos y conocidos), por supuestos malos tratos contra su marido. Y la gana. Él tiene que dejar su casa, pasar la manutención del bebé y seguir pagando la hipoteca. De pronto se ve sin esposa, sin hijo y sin vivienda. Se quedó en la calle, sin nada. Tuvo que volver de acogida a casa de sus padres. Ahí sigue, ejerciendo de taxista y confesándole sus males al volante, entre bajada y subida de bandera.

(Artículo de opinión escrito por Cristóbal Rodríguez y publicado en el periódico "La Provincia" el domingo 13 de febrero de 2011)


Cristóbal Rodríguez

(Jurista y redactor jefe del diario "La Provincia")

1 comentario:

  1. Este es un caso muy común. ¿qué puede hacer la justicia? El juez resuelve siempre en beneficio del menor, no puede haber respuesta salomónica.
    Incluso sin malos tratos de por medio, en el piso se queda la madre que tiene derecho a rehacer su vida e incluso puede ver el ex que paga la hipoteca desde la acera de enfrente como ella sube abrazada con su nueva pareja a disfrutar del inmueble que él está pagando. ¿solución? lo he pensado muchas veces, supongo que los jueces también y no encuentro solución como a tantas injusticias de la vida.

    ResponderEliminar