jueves, 20 de octubre de 2011

Sobre los bellacos de la noche que nos oculta el día




La película es un homenaje implícito al Hitchcock de "Psicosis". Hay una presunta madre, que en verdad no es tal, una paciente enferma y con respiración asistida en lugar de muerta, a la que el protagonista confiesa sus planes y cuitas mentales. Están también presentes las escenas sangrientas en un baño, con el agua cayendo del grifo de la ducha y la consabida cortina de plástico encubridora. Pero, sobre todo, en el centro se halla César, el personaje maligno interpretado por Luis Tosar, un psicópata bipolar, un perturbado con doble vida que actúa como un caballeroso señor Hyde durante el día y un peligroso doctor Jekyll por la noche.



Luis Tosar
(Lugo, 1971)


Este individuo se nos presenta como un abnegado sujeto que madruga para acudir al trabajo como portero en una comunidad de vecinos. Es más, las imágenes iniciales en la pantalla lo sitúan al filo de arrojarse al vacío desde una azotea, algo que a la postre se revelará como una maniobra del guionista para inducirnos a error en nuestro juicio y captar así la benevolencia de los espectadores. No obstante todo, llegaremos a ver que se trata de un ser abyecto. Lo iremos descubriendo paulatinamente y bien pronto. Las apariencias de bondad suelen ser casi siempre engañosas. El tipo siente obsesión por una inquilina a la que adormece con cloroformo para abusar sexualmente de ella cada noche.



El actor principal borda el papel que interpreta
como si fuera un nuevo Marlon Brando


Como contrapeso, una adolescente que ha sido testigo de sus incursiones nocturnas, lo chantajea a cambio de mantener cerrada la boca. Además de esto, Tosar actúa como un paranoico que envía mensajes obscenos a su víctima. La misión a la que se entrega en vida consiste en hacer que los demás sean infelices, extendiendo así su propia insatisfacción, tal como mucha gente amargada procura. A una anciana la empuja hacia el suicidio diciéndole que cada vez será más vieja y estará más sola, a lo que añade que la gente en apariencia preocupada por ella en verdad lo hace de una manera protocolaria, porque en el fondo les importa una mierda.



Marta Etura Palenzuela
(San Sebastián, 1978)
Tierna, sugestiva y encantadora.
Plenamente identificada con su papel


La pobre mujer se va temblorosa y compungida como si alguien la estuviera expulsando del mundo de los vivos. Anteriormente ya le había mostrado desconsideración al quedarse cuidando sus perros y casi matar a uno por ofrecerle un pastel dulce que le produjo diarreas. Nuestro protagonista es un ser maquiavélico de apariencia absolutamente normal, incluso servicial y obsequioso, de ahí el fascinante interés que despierta su retrato.



Alberto San Juan
(Madrid, 1968)
Idóneo en su labor como hombre del que Clara se enamora


La cinta está rodada en un inmueble modernista de Barcelona. Un viejo ascensor y una cristalera de estilo "art-decó" pincelan un trasfondo precioso a un argumento que no nos esconde el lado sórdido de la realidad, como por ejemplo una plaga de cucarachas provocada adrede, un cuarto de llaves sucio y oscuro, un jefe desconsiderado, exigente y reiterativo, o incluso un joven maleducado que trabaja con su madre en el servicio de limpieza del edificio. En este film, tal y como  suele suceder en la vida, el mal es el que triunfa. O por lo menos el que se reproduce y perpetúa.



Alberto San Juan y Marta Etura dan vida a Marcos y Clara,
una pareja ilusionada que verá truncado su halagüeño futuro


Cabrones como este paranoico me recuerdan a todos aquellos corruptos que ensalzan de manera insistente la democracia pero se aprovechan del sistema y son su podredumbre. Aquéllos que dicen actuar en favor del bien y todo lo que maquinan es para envenenar, enrarecer y complicar nuestra vida diaria. Aquéllos que alardean de perseguir el arte y en realidad sólo son narcisistas egomaníacos de la pose de gran artista que exhiben de sí mismos. Ésta es una buena película donde no podía faltar el crimen, el derramamiento de sangre inocente, la maldad enmascarada, el hundimiento de la vida de una mujer íntegra que no se lo merecía en absoluto. El cine español está de enhorabuena. El sustrato de la influencia norteamericana ha servido a la larga. He aquí un trabajo del que sentirnos orgullosos. El director Jaime Balagueró (Lérida, 1968) ha conseguido facturar una obra amena de raíz hollywoodense que podemos exportar al mundo.


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