lunes, 23 de enero de 2012

El amor como celada para ignaros y desasistidos


Somormujos

MODELOS NUPCIALES

Un anciano al que le gustaba alejarse del mundo se dedicaba a caminar por parajes solitarios durante largas temporadas. En uno de sus lentos paseos se encontró con una flor de vívidos colores que desprendía un olor penetrante y profundo. Se detuvo a contemplarla y vio cómo algunos insectos atraídos por ella caían dentro de su corola que se cerraba para deglutirlos. Era una planta carnívora.


"Dionaea muscipula"

Prosiguiendo su camino, observó un pájaro que desplegaba las alas para aparentar el doble de tamaño. Cantaba, lucía un plumaje florido, e insistía en una especie de baile cuya misión no podía ser otra que la de convertirse en anzuelo. Así fue, pues al poco rato se posó cerca una hembra de la misma especie que, tras un cortejo inicial dubitativo, terminó por acoplarse con él para ser fecundada. A continuación volaron en direcciones opuestas como si nada entre ellos hubiera ocurrido.


"Fregata magnificens"

Vagando por senderos apenas transitados por el pie del hombre, comprobó pautas similares de apareamiento y búsqueda de alimentación en muchas manifestaciones de la vida en plena naturaleza al aire libre. Desnutrido por comer raíces de hierbas, bulbos crudos y algunos frutos silvestres, consideró prudente regresar por un breve periodo de tiempo a la civilización urbana. Se detuvo para tomar algo caliente en una cafetería y observó que por la calle pasaban mujeres con ropas elegantes y maquillaje llamativo. A su lado, en otra mesa, un joven seductor exhibía la musculatura de sus brazos embutido en una camiseta con mangas cortas. La camarera lo miraba con deseo mientras le preguntaba qué le servía. Una joven que acompañaba al apuesto muchacho no le quitaba los ojos de encima, contemplándolo entre aduladora y satisfecha, arrobada y orgullosa como estaba de su conquista.




El viejo pensó en el hermoso colorido de las flores que atraían a las abejas para que se impregnaran con su polen e inseminasen a otras lejanas con las que poder reproducirse. Recordó las aves que inflaban el buche o desplegaban con la cola un abanico de pigmentaciones vivísimas. Y al ver comer a la pareja los platos de carne con menestra de verduras que les habían traído, volvió a darse cuenta de que nuestra especie humana pertenece al género de las peligrosas omnívoras.



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