martes, 30 de octubre de 2012

Una mujer que hoy lo ocupa todo con su ausencia

 
 
  EL ALMA ES FUGITIVA

Alida no está, Alida se fue. Me lo ha dicho
su marido este mediodía. Y yo que sí estoy,
yo sólo sé que recuerdo cómo era su sonrisa.
 
Es una mañana tibia, luce el sol, y fumamos
en la calle como haciendo novillos a escondidas.
Me habla de su único hijo, de la ilusión por verlo
terminar los estudios superiores de matemáticas
y de ser feliz mientras pueda valerse por sí misma.
 
Qué banal aquella situación, de qué trivialidades
se va construyendo nuestra vida. Y ahora que sé
que se marchó, ¿qué hago con la imagen de su voz
o aquellos ojos penetrantes que no se rendían
ante la cruel evidencia de los estragos del cáncer?
 
Alida se ha ido por una puerta de salida
sin que pudiéramos decirle ni siquiera adiós,
y lo ha hecho armada con el orgullo y el valor
de quien en la batalla no hace caso a las heridas.




 Me gustaría volver a oírnos cantar de nuevo
que si nos pudiéramos devorar a besos, tal vez
la noche de la muerte sería más corta, no lo sé.
Querría hacerle llegar en una nota que su trato
fue tan acogedor como inmerecido por mi parte.
 
Sí, sería bonito volver para cantarle que yo
por mí mismo no me basto e insistir en gritarle:
quédate. Siempre que vuelva a ver un amanecer
sabré que una noche de agosto cerró los párpados
y no tuvo más oportunidades de contemplar
la cíclica ascensión del sol. Cuentan que una madre
le deseó dulces sueños a su pequeña criatura
de nueve años antes de morir. Alida también
dejó de insistir en el teléfono de su retoño
cuando leyó en el cielo que el último mensaje
se grabaría en el silencio eterno del porvenir.
  
 
 

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