domingo, 4 de agosto de 2013

Porque los que se fueron no se querían marchar

 
La fe ciega en el sueño de la tecnología produce
los monstruos de los errores humanos 
 
ALTA MORTALIDAD
FERROVIARIA
 
La muerte estaba en el kilómetro cero
a cuatro kilómetros del destino terrestre.
Los billetes del tren de alta velocidad
costaban el precio que conducía a la muerte
a un ritmo veloz, a ciento cincuenta y tres
kilómetros por hora, desoyendo el aviso
de frenar. Lo imprevisto no puede detenerse.
 
 
 El accidente se produjo a las 20:41 horas del miércoles 24 de julio
 
Algunos pasajeros se fueron colocando
ante la salida, dada la proximidad
del final. Los que estaban en la cafetería
vieron cómo un vagón destrozaba el techo
y se les caía encima para aplastarlos.
Quienes acudían a socorrerlos dijeron
que aquello era un caos de sangre, muertos
y tonos de teléfonos captando llamadas
 
 
 Al momento de escribir estas líneas, la tragedia del tren
Alvia arrojaba un saldo de 79 muertos y 130 heridos
 
que no respondía nadie. Mochilas, botellas,
latas de refrescos, ordenadores portátiles,
miembros amputados y caras ensangrentadas,
cadáveres inmóviles, malheridos, hierros
retorcidos, bolsos, papeles, maletas, plásticos,
expresiones atónitas, jirones de ropa.
Lo único que podría servirnos de consuelo
es saber que los muertos no saben que están muertos.
 
 
Supuestamente el maquinista Francisco José Garzón, un hombre de 52 años, estaba fascinado por la tecnología de última generación puesta en sus manos y disfrutaba con hacer recorridos cada vez más rápidos

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