lunes, 19 de agosto de 2013

El poeta tras la búsqueda sutil de la belleza inasible

 
Luis Antonio de Villena
(Madrid, 1951)
Escritor, poeta, narrador, ensayista, traductor y crítico literario
 
MUCHO MÁS TRISTE
QUE LA MUERTE ODIOSA
(FRAGMENTO)
 
He querido ser un rey
que cena antes de la guillotina: un frívolo
galán bajo un baile de arañas, y un hermoso
muchacho cuya vida es de amor y de lujo.
Pero ninguno he sido. Es muy arduo vivir.
Y ningún futuro (ninguno) es elegante o digno.
 
 
Sigfrido matando a Fafner, el dragón custodio del tesoro de los nibelungos en cuya sangre después se bañaría con la intención de hacerse invulnerable como Aquiles
Constantin Dausch
(Waldsee, 1841 - Roma, 1908)
[Estatua en el Bürgerpark de Bremen]
 
SIGFRID MUERE
 
En una roca agreste junto al río,
al final de la lucha cae el guerrero.
Desnudo, adolescente apenas, hay
sangre en sus manos, lilas en los ojos,
y el aire mueve lento su rubia cabellera.
Aún guarda el cuerpo la tensión de
la lucha. El calor del músculo. El gesto
heroico. Hay sangre y el aire huele a hierba.
Las águilas extienden sus alas gloriosas
sobre el héroe que dio su vida al amor
y a la belleza. A todos los éxtasis inmensos.
Sigfrido muere. Y nos salva en su gesto.
Joven dios entregado al fuego y a la sangre,
su derrota es victoria. Por él (y por los suyos eternos)
cada día alcanzamos la visión de los dioses.
Nosotros, lento Imperio al fin de la decadencia.
 
 
"El juez"
Siegfried Charoux
(Viena, 1896 - Londres, 1967)
(Tate Modern Museum de Londres)
  
LA ISLA DEL DIOS
(FRAGMENTO)
 
La belleza es algo terrible
y pavoroso. Indefinible e inútil.
Sin porqué y sin necesidad,
dominadora. Arrastra a quien la ve,
y la compensación son apenas
llamas breves, casi siempre mudas.
De Tiberio se cuenta que murió
temblando en el Miseno, tratando
de arrancarse la sortija imperial
y balbuciendo sones sin sentido
frente a la isla donde calmó su sed
y donde estaba aún, ya sin él, la belleza.
 
 
Alejandro Magno
Caracterizado en este busto por el epíteto de "Helios" o "Dios Sol"
(Representación escultórica de su belleza facial idealizada)
(Museos Capitolinos de Roma)
 
CON IMPLACABLE OFICIO
 
Tiene algo en su juventud como distante o serio,
pero (al decir de varios) óptimas referencias.
Su origen no es muy claro; su hermosura perfecta:
una gracia suave entre arrogante y tierna.
Y aunque no cabe duda que le gusta
y alguna vez (ya rara) concede su favor con privilegio,
el precio es siempre alto, tenaz e invariable.
Pero el ejemplo es raro y vale bien la pena:
una lineal belleza como de Grecia asiática
y todo el ars amandi que queráis en el lecho.
 
 
"Perseo alzando la cabeza de la Medusa"
(1554)
Benvenuto Cellini
(Florencia, 1500 - 1571)
(Piazza della Signoria a Firenze)
 
FOUR ROSES
 
¡Abandonarse al fin, ceder a la caída!
Haber sido, y estar no siendo. Ser
el sin rastro, el humo, el náufrago
en la tierra. Del que cuentan, procaces,
las historias: hizo, deshizo, y acabó
en miseria. Ser el que sacan del bar
a horas muy altas; el que ya no escribe,
el que pide prestado a los amigos (¡miserables!),
el que se reconoce, también, cuando mira
un espejo. Bebido, cuatro rosas, cigarrillos,
trapacerías sin fin con chicos buenos
(no mejores que él), apenas libros, sólo
retórica de verbos bellos aprendidos,
un anillo en el dedo —última pista—
y esa audaz golfería del vagabundeo...
¡Nadie por fin! ¡El ser perfecto!
 
 
Oscar Fingal O'Flahertie Wilde
(Dublín, 1854 - París, 1900)
El artista referencial por su elegancia e inteligencia
 
CUESTA ABAJO
 
Perder es el gesto más noble de la vida.
Pero no hay que engañarse. Sólo quien tuvo pierde.
Perder es por ello un doble triunfo. El desdén
de ahora y el cortejo relumbrante del principio.
Aceptar la miseria tras el oro. Complacerse
en ser nadie, siendo rico. Deshacerse de todo.
Gustar el fango con paladar de príncipe.
(Creadores estériles o reyes en el exilio).
Pero el verdadero perdedor no es el que busca,
sino el que acepta —realmente— su destino.
Luce lo que no es suyo. Y tiene deudas, alcohólico
y avejentado, como las tenían los jóvenes lords
de hace un siglo. Para comprar diamantes y caballos...
El perdedor nada quiere saber de cuanto amara
(ha puesto con desgana su firma en aquel libro).
Perder es ser otro y ser el mismo. Y vivir
al fin el tirón desgarrado de la carne, que ennoblece
y ensucia. Perder es un último acto de dandismo.
 
 
Thomas Kennerly Wolfe
(Tom Wolfe)
(Richmond, Virginia, 1931)
El gran escritor que alumbró el "Nuevo Periodismo"
Retrato pintado al óleo por
Everett Raymond Kinstler
(New York, 1926)
 
KAWABATA
(FRAGMENTO)
 
Os dejo todo: la balumba, la furia y la basura.
Vuestro continuo afán de destruiros.
Ese montón de ratas y de escoria
y el gesto torvo, el ansia de medrar,
cada vez más mezquino.
Repartíos mi parte del grasiento botín,
el chirrido de los trenes por llegar,
la espada siempre a punto o el cuchillo,
la maldad entre blandas palabras que nada significan,
el cascote de que os llenáis la boca,
el insalubre ruido y la ceniza con que —avaros—
lo estáis colmando todo.
(Ganar el mundo es destruir el mundo.
El cocktail en que habláis está vacío).
 
 
 
PRÍNCIPE DI MONTENEVOSO
 
Soy de los que ardientemente detestan la injusticia,
de los que creen que es indigno
casi cualquier privilegio;
y al tiempo soy clasista y amo la diferencia.
Creo en el pueblo y me llena de rabia la pobreza,
mas soy también feroz individualista,
singular extremo. Amo el amor
sobre todas las cosas, detesto la ternura.
Soy altivo, intolerante, fuerte;
pero débil como niño pequeño.
Aplaudo al que lo mata,
mas me uno con el Zar y su destino.
Creo en la bondad como en un bien supremo,
mas haciendo daño —hay días— experimento júbilo.
Vivo en soledad la plenitud más alta,
aunque el mundo me llame y su halago me encienda.
La vida me gusta toda, fervor de mis sentidos,
pero a su vez la muerte me tienta serenísima.
Soy de los que viven y quieren ya estar muertos.
Me gusta el sol y el infinito placer de los crepúsculos.
 
 
 
EL PASO DE LA LAGUNA ESTIGIA
 
A un lado del bosque —por la orilla—
veía extraños fuegos y gritos espantosos.
(Digo bien: veía gritos, porque nada oía).
Era el aire melancólico y sombrío,
y lo cruzaban pájaros de color ceniza.
No puedo decir que sufriera exactamente,
era una sucesión de agobio, pesadumbre, angustia,
como queriendo llorar y sintiéndote solo.
Al otro lado del agua (un agua esmeraldina,
profunda, portentosa) se distinguía apenas
otro bosque, y una ignota claridad desconocida.
A la vera del agua (sin rumor, pero móvil)
había un viejo desnudo, con crespa barba blanca.
Le dije: ¿cuál es la verdad, dime,
qué debí haber hecho? ¿Retirarme de todo,
vivir remoto al mundo, en la paz de las sierras?
 
 
 
¿O arder en las batallas y zozobras,
intrigar, morder ansia, escalar arduamente,
herir al semejante con ponzoña enconada?
¿O simplemente entregarme a la carne,
hundirme entre los cuerpos día a día
mientras seca la lengua siente un vacío instante?
¿Qué debí haber hecho? ¿El poder, la soledad,
el amor, el triunfo? ¿A cuál dedicarse?
Y el viejo no se inmutó aunque yo temblase.
Respondió: cualquier cosa que hicieras, es lo mismo.
No hay verdad aquí. Nada es verdad segura.
Si buscaste el sosiego —sólo eso— ya es mucho...
Ésta es la única verdad, siguió. Y me mostró
una barca. Ésta de ahora es la sola verdad
de cuanto existe. Y me tendió un vaso de agua clara.
Toma, añadió. Me cogió la mano. Y sentí un blando
frío en los pies, al mojarme, subiéndome a su barca.
Al fondo, un raro sol, como violeta y rojo,
que no daba calor, parecía la sangre cuando mana.
 
(Poemas publicados por Luis Antonio de Villena en La belleza impura (Poesía 1970 - 1989), Madrid, Visor, 1996, 1ª edición, pp. 362)
 
 

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