miércoles, 25 de septiembre de 2013

No callará la vida lo que la muerte ha enmudecido

 
 
 
CITA
 
Bien sea en la orilla del río
que baja de la cordillera
golpeando sus aguas
contra troncos y metales dormidos,
en el primer puente que lo cruza
y que atraviesa el tren en un estruendo
que se confunde con el de las aguas;
allí, bajo la plancha de cemento,
con sus telarañas y sus grietas
donde moran grandes insectos
y duermen los murciélagos;
allí, junto a la fresca espuma
que salta contra las piedras;
allí bien pudiera ser.
O tal vez en un cuarto de hotel,
en una ciudad a donde acuden
los tratantes de ganado,
los comerciantes en mieles,
los tostadores de café.
 
 
"Negociadores de reses"
(2003)
Domingo Díaz Mera
(Grandas de Salime, Asturias, 1956)
 
 
A la hora de mayor bullicio en las calles,
cuando se encienden las primeras luces
y se abren los burdeles y de las cantinas
sube la algarabía de los tocadiscos,
el chocar de los vasos
y el golpe de las bolas de billar;
a esa hora convendría la cita
y tampoco habría esta vez
incómodos testigos,
ni gentes de nuestro trato,
ni nada distinto de lo que antes te dije:
una pieza de hotel,
con su aroma a jabón barato
y su cama manchada por la cópula urbana
de los ahítos hacendados.
O quizá en el hangar
abandonado en la selva,
a donde arrimaban los hidroaviones
para dejar el correo.
 
 
Calle Real de Bogotá, hoy Carrera Séptima, en 1949
 
Hay allí un cierto sosiego,
un gótico recogimiento
bajo la estructura de vigas metálicas
invadidas por el óxido
y teñidas por un polen color naranja.
Afuera, el lento desorden de la selva,
su espeso aliento recorrido
de pronto por la gritería de los monos
y las bandadas de aves grasientas y rijosas.
Adentro, un aire suave poblado de líquenes
listado por el tañido de las láminas.
También allí la soledad necesaria,
el indispensable desamparo, el acre albedrío.
Otros lugares habría
y muy diversas circunstancias;
pero al cabo es en nosotros
donde sucede el encuentro
y de nada sirve prepararlo ni esperarlo.
La muerte bienvenida
nos exime de toda vana sorpresa.
 
 
El río Serpiente que nace en el Parque Nacional de Yellowstone
 
UN BEL MORIR
 
De pie en una barca detenida
en medio del río
cuyas aguas pasan en lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice la familia del cacique.
Los frutos, las joyas de cristal,
los animales, la selva, reciben
los breves signos de la bienaventuranza.
Cuando descienda la mano
habré muerto en mi alcoba
cuyas ventanas vibran al paso del tranvía
y el lechero acudirá en vano
por sus botellas vacías.
 
 
 
Para entonces quedará
bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en desorden,
unas cartas guardadas no sé dónde,
lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza del caucho,
el chapoteo de las aguas
contra la quilla en viaje,
serán asunto más memorable
que nuestros largos abrazos.
 
(Poemas escritos por Álvaro Mutis)
 
 
Álvaro Mutis
(Bogotá, 1923 - Ciudad de México, 2013)
El monarca de la poesía ha abdicado de seguir escribiendo
la crónica regia sobre las aventuras de Maqroll el Gaviero

No hay comentarios:

Publicar un comentario