sábado, 29 de marzo de 2014

De quien en cada uno de sus poemas se despedía

 
María Polydouri
(Kalamata, 1902 - Atenas, 1930)
Poeta
 
DE UN VIEJO AMOR
 
Y fue bella una noche en tu mirada
y en tus canciones. Y fue dulce
en tus viejas canciones una noche
plena de estrellas, noche con su duende.
 
El solo amor entre tu soledad,
tan atractiva, tan encantadora,
se volvía pasión sobre tu pecho,
sobre tu pecho desolado.
 
Oh, tus canciones viejas, que lloraban,
y eran tan indeciblemente dulces,
y lo escondían, tímidas, y no lo confesaban.
 
Oh, tus viejas canciones eran tristes
como secretos de amor,
como llorosas flores que se callan.
 
 
Kostas Karyotakis
(Tripoli, Grecia, 1896 - Preveza, Grecia, 1928)
El poeta que fue el breve y trágico amor de María Polydouri, padecía una sífilis incurable y se suicidó de un disparo al corazón bajo un eucalipto en el mismo lugar donde Marco Vipsanio Agripa derrotó a la flota de Cleopatra y Marco Antonio en la batalla de Actium
 
LO PERDIDO
 
Espero —mi alma es esperanza—
en la noche mil veces más sombría,
que se me muestre el sol allí de frente
como lo vi por vez primera.
 
Ahora, cuando las tumultuosas
voces anuncian la catástrofe,
espero la hora calma,
la nocturna pleitesía.
 
Ahora que en los páramos la nieve
se extiende igual que una mortaja,
espero otra vez a la distante
golondrina en su regreso.
 
Espero todo lo perdido,
y la esperanza —esa vieja hechicera—
me cuenta cómo acuden más y más las sombras
que se perdieron lejos.
 
 
Playa de Monolithi, en Preveza, donde Kostas Karyotakis se quitó la vida y en cuyas aguas se decidió el 2 de septiembre del año 31 a. C. el futuro de Roma en favor de Octavio Augusto, el sobrino nieto de Julio César
 
CUANDO MUERA
 
Moriré una mañanita melancólica de abril,
cuando enfrente se abra, en mi maceta,
una tímida rosa —un retoño—.
Y se cerrarán mis labios
y se cerrarán mis ojos, ellos solos, en silencio.
 
Moriré una mañanita triste como mi vida,
donde el rocío, rosario de lágrimas,
discurra compasivo en el santo suelo
que adornará con rosas mis exequias,
en el santo suelo que será mi cama de muerta.
 
Cuanto he amado en los años de mi vida
habrá de dispersarse
y esfumarse lejos de mí: nubes de verano.
Cuanto me ha amado acudirá tan sólo a saludarme
con un beso pálido igual que un rayo de luna.
 
Moriré una mañanita melancólica de abril.
Mi último aliento vendrá a decírtelo, y entonces
todo el amor que te queda será como un candil difuso,
pobre memoria en el olvido de mi tumba.
 
 
María Polydouri en el ateniense sanatorio de Sotiría donde habría de fallecer por culpa de la tuberculosis a la prematura edad de 28 años
 
NI AQUÍ SIQUIERA...
 
Ni aquí siquiera, en esta tierra extraña
donde me ha arrojado,
volteándome, la ola de la desventura,
pude encontrar la paz sepulcral de los naufragios.
Por más que la negra sed agite mis entrañas,
aunque mi voz se ahogue gimiendo de dolor,
siempre seré la víctima con que juegan los sueños.
Cuando esos dos ojos tuyos lucían sobre mí,
rasgando el fondo oscuro de mis pensamientos,
sin darme cuenta hallaba el camino hasta tus labios.
Estoy yaciendo frente a ti, y sueño con palacios
de hadas, como aquellos que prefiere el cuento,
y no veo cómo entras en la vida igual que un dios, tú,
y cuán indignas son mis vestiduras...
 
 
"La modista en los Campos Elíseos"
Jean Béraud
(San Petersburgo, 1849 - París, 1935)
María Polydouri marchó a París, ciudad soñada por los escritores, tras la ruptura con Kostas Karyotakis. Allí disfrutó un extraño  lapso de felicidad, pero también contrajo la tisis que la llevó a la tumba
 
OH, MI CORAZÓN
 
Oh, mi corazón extraña,
ahora cuando el día parte,
el sonrosado amanecer,
el sol, el aire.
 
Las sonrisas de niño, la ola que acudía
al bullicio de las alegres
vocecitas nuestras que sonaban.
 
La barca y su vaivén
en la ebriedad de nuestro sueño,
la suave música que se mezclaba
con la quietud del infinito.
 
La alborada que enrojecía
el ancho mar de nácar
y el limpio deseo
en nuestros ojos de ángel.
 
Oh, mi corazón extraña,
ahora que el día se apaga,
el paso de la belleza,
la juventud que se me marcha.
 
 
María Polydouri cuando la enfermedad ya estaba devorándola
 
FIESTA
 
A una fiesta me invitaron los camaradas.
No rehúso. ¡Iré para olvidar!
Me pondré mi vestido rojo
y de mi propia belleza tendré celos.
 
Al muerto que guardo en mi interior, con orgullo
y cariño, también lo llevaré del brazo.
Seré jovial y misteriosa;
seré una enviada de la Guadaña.
 
Los camaradas, condenados a muerte,
aunque beban vino en su fiesta,
no se emborracharán.
Una maldición estará con ellos,
mas yo seré hermosa y no habrán de sospechar.
 
Después pedirán una canción, si acaso
esperan una pálida alegría;
pero mi canción será tan cierta
que quedarán confundidos y en silencio.
 
[Poemas tomados del libro escrito por María Polydouri: Los trinos que se extinguen, Madrid, Vaso Roto Ediciones, 2013, 1ª edición, nº 51, (traducción del griego al español por Juan Manuel Macías), (diseño de la colección de Josep Bagà), edición bilingüe, pp. 153]
 
El dibujo de la cubierta es de Víctor Ramírez

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