domingo, 23 de agosto de 2015

De quien ambicionaba ser poeta además de editor

 
Carlos Barral y Agesta
(Barcelona, 1928 - 1989)
Editor, poeta, traductor, memorialista y senador
 
EVAPORACIÓN DEL ALCOHOL
 
De un golpe ser herido
por la luz como a látigo, ser débil,
líquido hacia los dedos. No poderse
incorporar simétrico. Ser blanco
y estar a punto de caer, ser puesto
como a parir el universo.
Y abrir los ojos de un cadáver
y ver todo amarillo, verlo todo
vibrante y afilado, como espinas
que pinchan no sé dónde. Ver el hilo
que se puede romper y luego oírlo
crujir
y notar los goznes de la espalda.
 
Zozobrar en lo blanco, ser apenas
capaz de nadar sobre la sábana
y quedarse en la duda hasta que el perro
salta.
Y contemplar sus ojos de animal superior
y el péndulo del tiempo en su mirada.
 
Y estar a punto de soldar
la cabeza hemicránea
y de asumir la mano,
perdida como un guante en una apuesta extraña,
si no fuera el dolor, la protesta gimiente
del cuerpo despeñándose...
 
 
 
Espinazo de vidrios
doloridos o de reseco mimbre o de corruptos
y frágiles alambres y, en la punta,
clavada la memoria como una cosa blanda,
como una vieja fruta escarnecida,
y pesa
y oscila sobre el asta.
 
Igual que una cabeza
vista en un álbum de la guerra.
Acuden
arrugados recuerdos y, en medio, dilatada
como un odre la idea de la culpa,
como una maldición,
con un injusto
olvidar la alegría de la noche,
el joven compañero que hemos sido
y hemos visto quedarse en el portal,
ávido de aventura, y que podía
llegar mucho más lejos, que propuso
tomarnos otra copa, buscarla, si era el caso,
en los escombros úricos del puerto.

 
 
Panorámica nocturna del puerto de Barcelona
 
Que con mano segura
nos guio por el filo del raíl reluciente,
en fácil equilibrio, nos hizo más ligeros
al borde del canal y ungió la carne
triste frente a las aguas tenebrosas
y nos hizo nadar y hacer poemas
y traducir sin falta y entender lo oscuro
y hablar con desempeño,
y recorrer el bosque
que no tiene caminos por el día.
 
Y que ensanchó la curva peligrosa
y nos puso de acuerdo con el ruido
furioso del motor; que nos llevaba
a un lugar con tambores y muchachas
vertiginosas que a la luz del alba
giran sobre la punta de los dedos
y que cambian de cintas según cambian
los delgados colores de la aurora.

 
 Barrio rojo de Ámsterdam

Y que insistentemente prometía
un amor para héroes, en lo alto
de un edificio de cristal y acero
fortificado contra el sol
(cercano
pero un poco más tarde).
 
¿Qué es ahora
de él en este exilio de rastrojos,
de polvoriento leño consumido
o de piedra velluda y de reptiles,
después de las cenizas de su noche,
larga como los años,
y plena y exaltante, y que ya muerta
nos quema y envejece, y se derrumba
con los ojos cerrados, vacilando
bajo la ducha atemperada...?
 
[Poema tomado de Barral, Carlos: Poesía, Madrid, Cátedra, 1991, 1ª edición, (prólogo, notas y selección de Carmen Riera), pp. 201] 

 Carmen Riera Guilera
(Palma de Mallorca, 1948)
El legado poético de Carlos Barral ha sido analizado y cuidadosamente editado por esta escritora, guionista, ensayista, profesora y miembro de la Real Academia Española de la Lengua

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