domingo, 17 de abril de 2016

El salto a la edad adulta enganchado a la frula

 
(Jiménez, Daniel: Cocaína, Barcelona, Galaxia Gutenberg,
2016, 1ª edición, pp. 188, precio de venta: 16'83 euros)
 
EL DIARIO DE UN COCAINÓMANO
 
La entrevista que Raquel Moraleja realizó al escritor en la revista “Qué leer” (nº 218, marzo, 2016) me indujo a interesarme por esta opera prima ganadora del II premio John Dos Passos dedicado a obras primerizas. Ver que se trataba de un cocainómano y escritor frustrado que rechazaba el mundillo literario era un tema atractivo por cuanto no sabía mucho de la adicción a la farlopa salvo lo que Roberto Saviano cuenta en su magnífica obra titulada “Cerocerocero” (Anagrama, 2015), y sí había desarrollado una cierta inquina hacia la egolatría y la mezquindad de los escritores que cultivan una imagen pública de samaritanos de todas las causas de moda y en el fondo son unos redomados narcisistas cuando no unos perturbados egotistas con mentes en permanente desequilibrio.
 
 
Raquel Moraleja San José
(Madrid, 1992)
Escritora y periodista cultural
 
La novela en cuestión venía envuelta en un plástico transparente, algo que me impedía echar un vistazo a su prosa. Amablemente, la librera me permitió desenfundarla para poder realizar algunas catas. Le dije que la compraría si comprobaba que estaba bien escrita. De lo contrario, la dejaría donde estaba. Ella aceptó, no sé si a sabiendas de que me iba a gustar. Dudo que fuera así, porque cuando le pregunté por un ejemplar tuvo que buscarlo en el ordenador. De hecho, su primera reacción fue tomarme por ignorante y decirme que a lo mejor me estaba refiriendo al best seller de Roberto Saviano.
 
 
Librería "Canaima"
Fachada del establecimiento situado en la calle Senador Castillo Olivares (antiguamente llamada "La fontana de oro" en honor a la novela de Benito Pérez Galdós), nº 7, que abrió sus puertas en marzo de 1977
 
La abrí por varias partes y leí, sorprendido, viendo que allí había un escritor al estilo del Louis-Ferdinand Céline que escribió el famoso “Viaje al fin de la noche” (1932), o de alguien muy próximo a Bret Easton Ellis, autor del no menos célebre “American psycho” (1991). Al terminar su lectura, ya en casa, he comprendido que quizá las referencias de Daniel Jiménez sean más bien las de “Héroes” (Plaza y Janés, 1993) de Ray Loriga, las “Historias del Kronen” (Destino, 1994) de José Ángel Mañas, “Nocilla dream” (Candaya, 2003) de Agustín Fernández Mallo, o “El talento de los demás” (Lengua de Trapo, 2007) de Alberto Olmos.
 
 
Louis-Ferdinand Céline
(Courbevoie, 1894 - París, 1961)
Un narrador incontestable por su arrolladora escritura
 
En la narración se citan nombres como los de David Foster Wallace, Roberto Bolaño, Arturo Pérez Reverte, Paul Auster, Hunter S. Thompson o Enrique Vila-Matas, pero como escritores admirados, no porque Daniel Jiménez se haya impregnado de sus estilos. Estamos ante un escritor con fuerza que comete pocos errores, por ejemplo: “algo prototípico de estas escenas como hemos cometido un gravísimo error”, frase confusa a la que por lo menos le hace falta una coma después de “escenas” (página 18); un leve leísmo admisible por la RAE al tratarse de una persona: “Tus amigos le contratan a él”, cuando está claro que debe ser “lo contratan” puesto que su función sintáctica es la de objeto directo y no indirecto como aparenta (página 139); donde dice “crees no puedes ser feliz” falta el nexo completivo “que” introductor de la subordinada sustantiva en función de complemento directo “que no puedes ser feliz” (página 143). A pesar de estos simples deslices demuestra que ha leído algo, si bien literatura actual y de un modo tan apresurado como su forma de escribir.
 
 
Roberto Bolaño
(Santiago de Chile, 1953 - Barcelona, 2003)
Otro gran escritor al que esperaron que se muriera para explotarlo
 
Ataca la cursilería que encuentra en otros autores con toda la razón del mundo, incluso intenta huir de ella, pero incurre en una gazmoñería consistente en mencionar referencias jugando a las permutaciones cuando busca títulos ocurrentes para su novela: “Cocaína, instrucciones de uso” (haciendo alusión a “La vida, instrucciones de uso” de Georges Perec), “Diario de la cocaína” (que alude al “Diario del año de la peste” de Daniel Defoe o a cualquier otro diario), “La cocaína infinita” (permutación de “La broma infinita” de David Foster Wallace), llegando al colmo cuando parafrasea a Bécquer para decirnos: “¿Qué es la cocaína? Y tú me lo preguntas? La cocaína eres tú”. Digamos que en este caso le salva el humor.
 
 
El libro nos enseña que esnifar con billetes produce costras nasales que sangran al arrancarlas y nos enferman al infectarnos con sus bacterias
 
En el plano conceptual es un error introducir una segunda hermana al final de la narración cuando el protagonista se ha pasado toda la historia obsesionado con el suicidio de la que hasta entonces aparecía como si fuera la única. Por otro lado, gratuito resulta volver a repetir exactamente iguales los primeros párrafos en la coda final del libro, a pesar de que sean magníficos. En cuanto a los aciertos, hace un hábil manejo del recurso de la concatenación enumerativa valiéndose de un elemento que se reitera consecutivamente, como cuando se incendia la casa y el fuego se va propagando de un objeto a otro, o cuando en el magistral inicio que se repite al final nos enumera todas las calamidades de las que Daniel, el cocainómano protagonista, se ha librado.
 
 
Bret Easton Ellis
(Los Ángeles, California, 1964)
Salvo que no nos atiborra con las marcas de las prendas que usan los personajes, Daniel Jiménez escribe con un estilo muy próximo al del genial "American psycho" concebido por el escritor norteamericano
 
Creo que esta novela tiene como mayor logro reflejar el mundo urbanícola de ciertos elementos jóvenes que están dejando de serlo. Si la novela ha de ser un espejo en el camino, como quería Stendhal, “Cocaína” (título simple y directo, sin florituras) es un documento de primera mano para saber qué se cuece en la trastienda de algunas personas que pasan a nuestro lado sin que nos percatemos a simple vista de cómo mantienen una adicción tan poderosa que las domina trastocando sus conductas. Si la literatura ha de ser útil y deleitable como pedía Horacio, este libro me ha enseñado cómo es la rutina cotidiana de un hombre enganchado al clorhidrato de coca adulterado, y lo ha hecho proporcionándome el placer de estar muy bien escrito. La elección de una voz narrativa omnisciente que se habla a sí misma en 2ª persona le confiere un tono de autoinculpación que cree merecer el drogadicto. Alguien incapaz de liberarse de la sustancia tóxica que lo domina y del narcotraficante que se la facilita. El remate final es un acierto literario por su ironía: Daniel cree estar llamando a su madre, pero a quien llama es al camello que le facilita la cocaína. En resumen, aquí tenemos a un inteligente escritor en ciernes al que deseamos que no se malogre por el desaliento que pueda provocarle la falta de recepción a su obra.
 
(Reseña escrita por Andrés González Déniz)
 
 
Daniel Jiménez
(Madrid, 1981)
Demasiado guapo como para que no lo envidien e intenten anularlo tanto los escritores establecidos como los amargados por el fracaso

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